Encontré este texto en Facebook y solo puede ser entendidos por los que dejamos atrás a nuestro país, gente y costumbres para vivir en el extranjero. No dejen de leerlo.
Somos muchos los que por diferentes motivos un día decidimos dejar nuestra casa, familia, amigos y amores para irnos a otra tierra a empezar de nuevo, para vivir en el extranjero.
Sin ventajas, sin enchufes (acomodo), sin apoyo, sólo con la maleta llena de trapos inadecuados para el nuevo clima, ilusiones y un título enrolladito (que sigue enrolladito y sin homologar).
Un bolsillo lleno de nuestros ahorros y por si acaso, con las groserías bien aprendidas en todos los idiomas posibles, para por lo menos saber cuándo nos están insultando.
Muchos quisimos tirar la toalla más de una vez y mandar a donde se merecía al ignorante de turno que nos discriminaba, tomarnos el primer avión cuando no teníamos cerca a nadie que nos hiciera un caldo de pollo para pasar la gripe. Muchos gastamos todo lo que nos sobraba del sueldo en tarjetas, cibercafés, estampillas, y cuanto medio nos permitiera seguir en contacto con los que se quedaron en casa o con los otros que estaban desparramados por el mundo.
Muchos tuvimos que auto-cantarnos el feliz cumpleaños, cenar solos en Navidad, trabajar en Año Nuevo para que el trago fuera menos amargo. Muchos nos perdimos los momentos importantes en la vida de nuestros seres queridos, no sólo la cotidianidad, sino esos momentos memorables. Somos los eternos ausentes en las bodas, nacimientos, cumpleaños de quince, graduaciones, incluso de los funerales, principalmente los funerales.
Nos hemos convertido en facebook-twitter-skype-whatsapp- dependientes, y eso después de haber superado la era de la icq-messenger-postalelectrónica-fax-dependencia.
Hemos hecho nuevos amigos, formado una familia o hemos sido adoptados por la de otros. Nos hemos acostumbrado al frío o al calor, a que por estos lugares nadie hace cola para usar el transporte público, a caminar por la calle sin aferrar la cartera o bolso por miedo a los robos, a usar los hospitales públicos, a no dejar la luz encendida, a abrir las ventanas antes que encender el aire acondicionado, a dejar las frutas tropicales para los momentos especiales y atiborrarnos de fresas grandotas que antes sólo comíamos en el verano. Hemos aprendido a cruzar la calle por donde se debe, conducir como se debe, bajar y subir por donde se debe, a sentarnos en el autobús o ir apretados pero nunca colgando en la puerta, al silencio, a los parques con los columpios (hamacas) puestos, a la basura en los basureros, a la radio maaaaaaala y sin humor, al acento de la tele, a cargar muchas moneditas en el bolsillo y reírnos solos pensando que rompimos el chanchito. Hemos aprendido a explicarle al carnicero cuál es el corte de carne que queremos para hacernos un buen asado. Se nos ha hecho un nudo en la garganta cuando por la tele escuchamos el himno antes del partido de la selección. Hemos sido hormiguitas ahorradoras para poder volver de vacaciones a casa.
Nosotros no somos millonarios porque ganemos en dólares, euros o libras, no somos extranjeros porque tengamos doble nacionalidad, no somos sudacas, ni latinos. Somos un montón de gente que se la ha jugado… y puso lo que tenía que poner, tanto como en nuestro propio país, pero con las oportunidades que allí no nos jugaban a favor. Nosotros somos testigos del cambio, porque para poder ver la totalidad de las cosas, hay que tomar distancia. Somos unos nostálgicos permanentes que añoramos el lugar donde nacimos y crecimos, pero el de antes de irnos… no el de ahora y que ya no reconocemos.
Nosotros somos esos con amigos en todo el mundo, que siempre tenemos visita en casa, que enviamos cosas y pedimos encargos, esos mismos que sufrimos paranoias nocturnas preguntándonos si nuestros seres queridos están en casa sanos y salvos y que aunque estemos pasando un mal momento siempre decimos que “estamos bien”.
Nosotros somos los que hacemos reír a nuestros nuevos amigos, los que les decimos que tienen que conocer el mejor país del mundo… pero que por favor, no vayan solos y tengan mucho cuidado.
Así es, totalmente de acuerdo especialmente el aprender a vivir con nostalgia de por vida o por lo menos el tiempo que estamos lejos. Llega un punto que ya no somos de ningún lado. Me pasa cuando voy a mi país, como que ya no encajo allí pesar de amarlo y cuando estoy lejos lo extraño con el alma. . .