Confieso en público, por primera vez, que hasta los siete años de edad dormí con mi manecita en la mano de mi padre, grande y fuerte como mascota de cátcher.
Mi papa arrastraba, noche tras noche, mi camita al lado de la cama matrimonial y me daba la mano. Le tenía yo un miedo, pánico a la oscuridad y a dormir solo. Gracias a eso, mi hermana Belinda nació seis años después de lo que debía. Gracias a eso, hoy se ve más joven.
Cuando el tema de mis miedos salía a conversación, mis padres decían de mí que yo era un niño muy sensible. Los demás pensaban que era un cerdito cobarde y apestoso.
No me daba mi papa la mano por consentidor, ni mi madre lo permitia por bondadosa. Lo que pasaba es que comenzaban a llegar a México, en breves artículos de la revista Selecciones, las primeras teorías sobre cómo educar a los niños con paciencia infinita y llenarlos de cariño y protección para formar adultos sanos, dispuestos a defender la democracia.
Mi paraíso nocturno se clausuro, sin embargo, cuando el oleaje de las nuevas teorías educativas cambió de la libertad total, a la tolerancia cero; entonces, lloriqueando y muerto de miedo, me fui a dormir solo a mi recamara. Gracias a eso, abandono mi hermana Belinda triunfalmente la sala de espero de los niños que no han nacido.
En los años posteriores llegaron, como un oleaje que iba y venía, diferentes teorías sobre la mejor manera de educara los niños. Las teorías aterrizaron directamente en mi cráneo y en mis pompas. No solo mis padres, sino mis tíos, mis hermanas mayores, sus novios y hasta algunos espontáneos establecieron una competencia para lograr hacer de mí un hombre de bien. El fracaso es obvio.
La gran novedad es que hoy la teoría sobre cómo educar a los niños es diferente a todo lo que conocimos; de hecho, postula que hagan lo que hagan los padres-o los tíos o las hermanas y sus novios- por hacerle ver al niño sus errores, a fin de que aprenda a corregirlos, está de más, porque por lo menos tres de cada 10 pequeños están genéticamente dotados para seguir haciendo lo que les venga en gana por toda la vida. Los otros están genéticamente dotados para modificar su conducta, llevados por la buena o tal vez para crecer con las pompas semejantes a las mías y a las del Papión Sagrado, al que arrojamos plátanos en su jaula de Chapultepec.
Como se ve, la teoría resulta revolucionaria, pero no deja de constituir un consuelo para todos los padres que lloriquean preguntándose por qué sus hijos salieron como salieron, si ellos siempre hicieron lo que creían mejor para educarlos.
La teoría genética en relación a la educación surgió luego de un estudio en la Universidad de Birkbeck, en Londres, donde se encontró que los mencionados tres de cada 10 niños no aprendían de sus errores porque simplemente no pueden hacerlo, no están hechos de esa manera. Pero la misma teoría promete que en el futuro no solo ellos –que ya serán adultos y quizás ya estén encarcelados- sino todos los niños a los que se les practique un examen genético podrán ser educados con atención individual, como si fuera un pañal a la medida.
La mayoría de los psicólogos, sin embargo, rechazan la novedad y afirman que nada sustituirá a los padres (y a los mismos psicólogos) en la formación de los niños. Yo, por mi parte, estoy seguro de que si salí así fue por los genes. No naci con “reset”. No podía cambiar. Ni puedo. Ni quiero.
Magistralmente redactado por Guillermo Ochoa, para la revista mexicana TV Notas, numero 646, semana 12, 24 de marzo de 2009.
Aunque media perdida estoy pero no quería dejar de saludarte y desearte Felices Pascuas!!
Un beso enorme!