La semana pasada, y luego de 23 meses y 4 días, Maia regresó a su escuela y a un salón de clases.
Ya no pudimos retenerla más en casa. Sus mejores amigas habían comenzado a asistir en noviembre y le dijimos que en enero, después del descontrol que la población tendría en las fiestas decembrinas, veríamos como estuvieran las cosas y que si era viable, a mitad de mes, volvería a su salón de clases.
Y no pasó. ante el avance de Ómicron, el Estado decidió que hasta el 14 de febrero, las clases volverían a ser en línea. Y la escuela de Maia la extendió un mes más, para terminar con unos arreglos.
Y el 23 de febrero fue la fecha, el «Día D».
Otra vez, consultar con la lista que les compartí, si tenía todo lo que necesitaba. Armada con cubrebocas, alcohol en gel, toallas desinfectantes para su banca, allá fue Maia, luego de 23 meses y 4 días, pisando su escuela nuevamente.
Y salió feliz. Volvió a ver a sus amigas, compartieron los 15 minutos que les dan para desayunar, aunque lo hicieron con distancia y casi en silencio, por eso de la «nueva normalidad».
Extrañada, contó que era muy raro estar en silencio las 4 horas (horario reducido) y más raro es que la maestra no hiciera preguntas y todos participaran en clase. Y que era raro no poder trabajar con una pareja o en grupo. Tan siquiera, revisar las respuestas con alguien. Le dije que con el paso de los días se acostumbraría.
Se le ha hecho cansado el tema de los dictados. La velocidad es considerable y le digo que tiene que hacer su mejor esfuerzo, aunque entiendo que luego de 2 años, si es algo que le puede costar. Pero ya sabemos que en la Secundaria, ese tema no va a mejorar ¬¬
Una semana irá 2 días y otra semana, 3 días. Estamos en la semana de 3 días y si bien está muy cansado, hay que retomar la rutina que habíamos perdido. Pero, en líneas generales, estamos satisfechos con el regreso.
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