Podría comenzar este relato contando que nací en invierno y que, a los pocos días, se desató un frío cruel. O como crecí sin sentir un verdadero amor de parte de mis progenitores. O como siempre me sentí relegada en todos los ámbitos, porque eso era lo que había aprendido desde la cuna. O como lloré todas las noches durante todo un ciclo escolar, en 1992. Ciclo escolar que tuve que recursar. No me extraña.
Pero no. Prefiero relatar el día de mi verdadero nacimiento. Hoy, 11 de mayo, pero de hace 18 años. A las 13:16, luego de catorce horas de trabajo de parto, nací. Nací junto a mi primera hija.
Nada me había pertenecido hasta ese momento. Sí, era independiente, tenía mi trabajo, mi dinero, mi ropa y otras cosas materiales. Pero esta posesión era distinta, era única, valiosa y apreciada. Una verdadera joya.
Y así nací, como madre. Asombrada día a día durante las primeras semanas, al ver que esa joya hermosa estaba ahí cuando yo despertaba y que no era sueño, ni algo que desaparecía en mi vida, como todo lo demás.
Y la soledad se esfumó. De un plumazo.
Por ella tomé la decisión de dejar atrás nuestra ciudad, nuestras costumbres. Nuestro país.
Ella me regresó las ganas de escribir. Escritos que quedaron en línea en forma de blog y que aún hoy en día, siguen disponibles y han ayudado a muchas mamás a lo largo de estos 18 años. Porque nadie debería vivir la maternidad a solas. Deberíamos ser como una tribu, porque bien dice la frase “Hace falta una aldea para criar a un niño”.
Aprendí a separarme de ella para volver a trabajar y poder comprar todo lo que necesitara. Aprendí que el tiempo pasa volando, que es implacable y que no podemos llevarle la contra. Siempre ganará.
Aprendí que sus primeros pasos eran mi felicidad completa, porque ahora tenía con quien caminar de la mano por el parque, deseando que fuera un poco más grande para disfrutar de tantos juegos bonitos.
Aprendí a ser la mamá de una niña de preescolar. A ser su maestra y enseñarle sus primeras letras y números. Ver su felicidad al saber que tendría una hermanita y prepararla para ese momento. Parece que fue ayer cuando aprendí sobre la historia y geografía de México, para poder ayudarla en sus primeras tareas de la primaria.
La vi crecer, hacer sus primeras grandes amigas, comenzar a obtener sus primeros diplomas por el promedio más alto. Enorgullecerme con cada felicitación de cada maestra y verla mantenerse humilde y solidaria con las compañeras que requerían apoyo.
Y llegó la secundaria y luego la preparatoria. Y claro que hubo y hay días malos, porque la perfección no existe. Pero mientras la veo crecer y convertirse en una mujer maravillosa, igual que su hermana menor, pienso que la vida me ha dado una fabulosa revancha junto a la familia que formé. Que nada ha sido en vano y que, como siempre le digo a mi marido, todo me llevó a este presente maravilloso.
Hace 18 años nací. Y no hay día en que no lo tenga presente y dé las gracias por ello.
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